Acabo de publicar una novela de intriga y misterio ¿Le interesa a alguien?

Iniciado por buite, 1 Abril 2020, 09:17 AM

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engel lex

Cita de: Aguijon_zerO en  2 Abril 2020, 23:13 PM
No creo que este sea el mejor sitio para promocionar ese tipo de literatura.. La gente que se mete a este tipo de foros generlamente no valora ese tipo de arte.. mejor ve a un foro de literatura o a algun grupo literario, o sube un video haciendo una reseña o abre un blog de litaratura que atraiga a ese tipo de publico.. pero en sitios como este es dificil encontrar esa clientela ..

Yo por ejemplo solo leo cosas de temas cientificos, misterios, articulos informativos y esas cosas, jamas me he leido una obra literaria clasica estilo Shakespeare , Don Quijote, 100 años de Soledad, etc..  y las pocas que lei fue por que en la escuela me obligaban.. yo soy muy flojo en esa area, y no quiero hacerlo solo para fingir ser muy culto e intelectual por que eso no tendria sentido. Simplemente no tengo ese don y paciencia para tomar un libro de algun genero literario y sentarme a leerlo en el sofa por que se que me voy a dormir mas pronto que tarde, aunque si admiro a quienes tienen la capacidad de hacer eso de forma natural..  pero yo para eso si soy un bruto y me aburro rápido..


sin embargo buite es desde hace mucho participante de este foro, y no me parece mal que de a conocer su trabajo aunque a primera vista no relacionado, aunque si no es el lugar ideal, no esta viniendo como muchos que sin ton ni son quieren llegar a vender cursos o programas....
El problema con la sociedad actualmente radica en que todos creen que tienen el derecho de tener una opinión, y que esa opinión sea validada por todos, cuando lo correcto es que todos tengan derecho a una opinión, siempre y cuando esa opinión pueda ser ignorada, cuestionada, e incluso ser sujeta a burla, particularmente cuando no tiene sentido alguno.

Machacador

Bueno... a mi si me gustaría mucho leer un libro escrito por un compañero del foro y que no sea nada relacionado con los temas tratados acá... lo compraría gustosamente (aunque no me guste el seudónimo), pero cuesta lo que me pagan a mi mensualmente de pensión... grrrrrrrr...

No se lo pido regalado al autor porque el necesita su dinero, pero si alguien le compra dos y me regala uno estaría fantabuloso...  ;D

Saludos.

:rolleyes: :o :rolleyes:

P/D: Sería interesante que los que lean el libro luego lo comenten acá con el autor... no siempre se dan esas oportunidades de interactuar con el escritor... (esto es solo una idea que se me acaba de ocurrir).
"Solo tu perro puede admirarte mas de lo que tu te admiras a ti mismo"

buite

Cita de: engel lex en  3 Abril 2020, 04:18 AM
sin embargo buite es desde hace mucho participante de este foro, y no me parece mal que de a conocer su trabajo aunque a primera vista no relacionado, aunque si no es el lugar ideal, no esta viniendo como muchos que sin ton ni son quieren llegar a vender cursos o programas....

Gracias.

Cita de: Machacador en  3 Abril 2020, 14:41 PM
Bueno... a mi si me gustaría mucho leer un libro escrito por un compañero del foro y que no sea nada relacionado con los temas tratados acá... lo compraría gustosamente (aunque no me guste el seudónimo), pero cuesta lo que me pagan a mi mensualmente de pensión... grrrrrrrr...

No se lo pido regalado al autor porque el necesita su dinero, pero si alguien le compra dos y me regala uno estaría fantabuloso...  ;D

Saludos.

:rolleyes: :o :rolleyes:

P/D: Sería interesante que los que lean el libro luego lo comenten acá con el autor... no siempre se dan esas oportunidades de interactuar con el escritor... (esto es solo una idea que se me acaba de ocurrir).

Estoy  abierto a ello.

Machacador.  Solo cuesta 2,99 euros.Creo que es barato.

Dejo parte del primer capítulo. La sinopsis la podéis encontrar en Amazon

Capítulo 1: La llegada





Jerusalén. 25 de octubre.

Un hombre camina por la calle Ha-Yehudim. Es viernes por la tarde y ha comenzado a anochecer; aún y así, la calle se haya muy concurrida, básicamente por la presencia de judíos ortodoxos que se dirigen a la cercana sinagoga de Hurva. A pesar de ser otoño, la temperatura es inusualmente baja para lo habitual en esa época del año en la Ciudad Santa. El hombre es moreno y de estatura media, viste un sencillo jersey verde y unos pantalones vaqueros, en la espalda lleva colgada una pequeña mochila.
Al llegar a la altura de la sinagoga deja de caminar, y fija su mirada fugazmente en un edificio que tiene enfrente, a unos cien metros. Una furgoneta con los cristales tintados se detiene al otro lado de la calle, solo unos segundos, lo suficiente como para que de ella descienda un hombre de unos treinta años que se cubre con un abrigo y se dirige hacia él. Observa como agarra con su mano derecha algo parecido a un cilindro. Entonces, se interpone en su camino con rapidez.
−Hola, Ismail –le saluda en español.
El hombre se desprende del abrigo dejando a la vista un chaleco de explosivos.
− ¿Quién eres? −pregunta igualmente en un perfecto español.
Un judío ortodoxo con el típico sombrero roche negro de ala ancha pasa junto a los dos hombres. Se dirige a las escalinatas de la sinagoga, pero cambia de dirección mientras extrae un móvil de su americana. En cuestión de minutos la zona se hallará rodeada de policías y soldados.
−No importa quién soy, Ismail, pero sí lo que pretendes hacer. Tu mujer y tus hijos lloran tu abandono y te necesitan. Te esperan angustiados desde hace seis meses en Melilla.
El rostro de Ismail cambia de expresión, sus ojos denotan inseguridad.
− ¿Cómo sabes tantas cosas de mí? –pregunta sorprendido Ismail.
−Sé lo suficiente. Ahora recuerda lo que dijo el profeta Mohamed: «awal alhalat alty yatimu alhukm ealayha bayn alnaas fi yawm alqiamat hi halat safk aldima» (Los primeros  casos  a  ser  juzgados  entre  la  gente  en  el  Día  del  Juicio serán aquellos de derramamiento de sangre).
Ismail se retira dando un paso hacia atrás.
−Supongo que eres un agente del CNI¬ (Centro Nacional de Inteligencia español).
−No, Ismail. Soy un viajero, un visitante que se ha cruzado en tu camino, pues así ha sido dispuesto.
Eres un buen hombre. Como médico has salvado las vidas de hombres, mujeres y niños, como los que hay en estos momentos en la sinagoga.
Ismail comienza a derrumbarse emocionalmente.
−Yo no quería hacerlo... Me han obligado. Si no me inmolo matarán a mí familia –le dice Ismail, mientras unas lágrimas comienzan a brotar de sus ojos.
Escucha el ruido de vehículos que se acercan. Le parece ver movimiento en la azotea de un edificio situado a su izquierda. Con toda probabilidad ya se ha preparado un dispositivo para neutralizar al terrorista.
Se acerca a Ismail.
−Confía en mí, Ismail. Nadie le va a hacer daño a tu familia.
Apoya su mano izquierda sobre el hombro derecho de un perplejo Ismail y lo atrae hacia él. Saca un pañuelo blanco del bolsillo del pantalón con su mano derecha y lo alza.


A una manzana de allí, el capitán Yosef Levi daba órdenes a los soldados israelíes para que fueran tomando posiciones. Los tiradores ya deberían estar apuntando con sus rifles de precisión DAN 338 a los dos sujetos. El capitán Levi preguntó por radio en la frecuencia asignada a los francotiradores cuál de ellos tenía visión directa. El sargento Moshé Friedman le comunicó que tenía visión directa, aunque no un disparo certero sobre el terrorista portador de los explosivos, puesto que estaba abrazado al que suponía otro terrorista.
−Capitán, el individuo que no lleva explosivos acaba de alzar su brazo derecho mostrando lo que parece un pañuelo blanco. Espero instrucciones.
−Joder. ¿Qué coño me está contando sargento? ¿Qué cree que está pasando? –preguntó enojado Yosef Levi.
−En mi opinión se están rindiendo, capitán.
−Sargento, dispare en cuanto tenga visión directa sobre el fanático de los explosivos. Es una orden.
−Lo siento, capitán. Ya no los tengo en mi campo de visión. Acaban de entrar en un portal. −espetó Levi, mientras por radio escuchaba al coronel David Biton con su habitual tono intransigente. David Biton era el responsable de la sección antiterrorista del ejército israelí
−Capitán, ¿por qué no han acabado aún con ese cabrón? Llevan ahí media hora y se puede producir una carnicería en cualquier momento.
−Lo lamento, coronel. Hemos confirmado que hay un terrorista con un dispositivo manual para detonar un chaleco de explosivos, pero hay otro individuo que se ha abrazado al terrorista, y que, según me ha informado uno de los tiradores, ha mostrado un pañuelo blanco. En cualquier caso, he dado orden de disparar, pero para entonces han quedado fuera del campo de visión de los tiradores. Han entrado en un portal.
−Capitán Levi, ordene que entren soldados al portal. Quiero que los neutralicen inmediatamente.
−David... Lo más probable es que haya residentes en el edificio. Si matamos al terrorista detonará el explosivo –dijo Yosef cuando se había alejado lo suficiente de los soldados como para que lo escuchasen.
− ¿Y qué propones, Yosef?
El coronel y el capitán habían servido juntos en la guerra del Líbano de 1982. Desde entonces, entre ellos se había establecido una amistad que se rompió por una mujer. El coronel, por aquel entonces teniente, mantenía una relación con una joven: Elina, que se enamoró de Yosef, con el que contrajo matrimonio. Quince años después y con dos hijos en común, Elina fue asesinada en un atentado a un autobús. Después de varias décadas las viejas rencillas habían quedado atrás.
David Biton no se había casado, siempre había amado a Elina, y su muerte le acercó de nuevo a su viejo amigo, Yosef. El coronel Biton había sido además agente del Mossad.
−David, quizás sería conveniente hablar con ellos. Tengo la impresión de que el segundo hombre intenta evitar que el terrorista haga estallar el chaleco explosivo. Puede que sea nuestro as en la manga. Propongo que enviemos a alguien a negociar, o al menos a saber que está pasando antes de que mandemos a la «caballería». Si quieres me encargo yo.
−Está bien, Yosef. Tienes una hora para hacerlo a tu manera. Suerte.
Yosef cogió un megáfono, avisó a los soldados de su unidad de que iba a acercarse con todas las precauciones al portal donde se habían escondido los dos hombres, y dio instrucciones a los francotiradores de que si levantaba el megáfono por encima de su cabeza disparasen a los dos individuos. Cuando se estaba acercando a la sinagoga ya la estaban evacuando. A una distancia prudencial del portal se llevo el megáfono a la boca.
−Soy el capitán Levi. Estoy al mando de este operativo y quiero que salgan a la calle con los brazos en alto. Nadie les hará daño si siguen mis instrucciones.
−Ismail. Creo que debemos hacer lo que nos pide, de lo contrario nos matarán a los dos.
−Nos van a matar igualmente, al menos a mí, y si me matan tu morirás por la explosión.
−Entonces deja que salga yo.
−Haz lo que quieras, pero ya te lo he advertido –protestó Ismail.
Se dirigió a la puerta con los brazos en alto, al llegar al umbral le cegó la luz del sol, pero pronto pudo distinguir la figura del capitán Levi. Ambos hombres se miraron a los ojos.
A Yosef le resultaba familiar ese rostro. Durante su vida había aprendido a distinguir a los «malos» de los «buenos». Había tratado y convivido con individuos despreciables, capaces de cometer las mayores atrocidades, pero también había conocido a personas increíbles, de una enorme humanidad y generosidad. El hombre al que miraba pertenecía al segundo grupo. Definitivamente no era un terrorista.
−Yosef. Sabes que no soy un terrorista –le dijo en inglés−. Si me dejas, en unos minutos puedo solucionar este asunto. El hombre que está dentro del portal no es lo que parece, pero está perdido y necesita mi ayuda.
Yosef estaba atónito. ¿Cómo puede ese hombre saber mi nombre? Venga, no pierdas los papeles Yosef. Sí, su cara me suena, así que hemos debido de coincidir en algún momento que ahora mismo no recuerdo –Se dijo a sí mismo.
−Yosef, déjame entrar de nuevo y saldremos los dos, pero será preciso que consigas un equipo de desactivación de explosivos. Por favor, no disparéis a Ismail. Pese a lo que parezca, no es un terrorista.
Se giró sin esperar la aprobación del capitán y volvió a entrar en el edificio. Allí, sentado en las escaleras se encontró a Ismail, cabizbajo, tembloroso y rezando.
−Ismail, he hablado con el capitán israelí al mando, y me ha dado su palabra de que si te entregas no te dispararán.
Ismail parecía estar ausente, no escuchaba lo que le decía. Entonces se acercó, le sujetó suavemente con la mano derecha la barbilla y la elevó hasta encontrar sus ojos, mientras que con la izquierda apretaba la mano que sujetaba el detonador.
−Ismail, mírame y dime qué ves.
Ismail lo miró a los ojos y dejó de temblar. Unas lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas.
−Alhamdulillah −Alabado sea Dios, dijo.
Sus labios dibujaron una sonrisa, y entonces fue él quien abrazó al visitante.
Mi amada Fátima. Queridos hijos míos, Mohamed, Zulema. ¿Qué os he hecho? Perdonadme.
−Tu corazón es puro, Ismail, pero la rabia y el odio te cegaban.  No has hecho daño a nadie, salvo a tu familia y a ti mismo. Fuiste a Siria como médico para ayudar y es lo que has hecho. Ya es hora de poner fin a tu sufrimiento y al de los que te aman. Ahora debemos salir.
−Capitán, vamos a salir –anunció.
Los dos hombres salieron del portal con los brazos en alto, pero el capitán Levi ya no estaba. Fuera, a una distancia de seguridad, ya los estaba esperando un especialista en desactivación de explosivos.
−Por favor, deténganse donde están −les dijo el especialista.
El militar, pertrechado con un pesado traje anti explosivos y un maletín, se dirigió hacia ellos hasta llegar a su altura.
−Me llamo Alon y voy a registrarlos.
A continuación, procedió a cachearlos palpando todo el cuerpo con sus manos enguantadas, y así descartar que portasen más armas que los explosivos visibles.
−Ismail, extienda los brazos. Y usted –dijo girándose− vaya con el capitán Levi. No haga ningún intento de huir o le dispararán.
Y así lo hizo, caminó lentamente la distancia que lo separaba del capitán.
−Ismail, necesito que me diga si el artefacto tiene algún temporizador o se puede activar a distancia. ¿Entiende lo que le digo?
El especialista le hablaba a Ismail en inglés, a lo que este contesto haciendo un movimiento afirmativo con la cabeza.
Conteste entonces a las preguntas que le he formulado –insistió el artificiero.
−No, no lleva temporizador ni dispositivo de activación a distancia. Se supone que tenía que entrar a la sinagoga y hacerlo explotar soltando el pulsador ¬–respondió Ismail.
−Entonces es posible que haya alguno de sus amigos dispuesto a dispararle y hacernos volar por los aires. Le voy a fijar el dedo del pulsador.
El artificiero sacó cinta americana de uno de los bolsillos y la usó a modo de vendaje, cubriendo la mano y fijando el dedo pulgar al interruptor del detonador.
Ahora quédese donde está. Me voy a retirar un momento y vuelvo enseguida.
Alon se dio media vuelta, se alejó unos metros de Ismail y empezó a hablar a través del micrófono que llevaba incorporado en el casco.
−Comprobad que no haya nadie sospechoso en los edificios aledaños. Buscad un hombre armado en ventanas, balcones y tejados.
−Todo despejado –le confirmó a los diez minutos un miembro del equipo de desactivación de explosivos−. Ve con cuidado, Alón. Estaremos pendientes de cualquier movimiento.
Alon se dirigió de nuevo hacia Ismail.
−Voy a comenzar a hacer mi trabajo, Ismail.
Alon descartó la presencia de temporizadores u otros dispositivos de explosión remota antes de comenzar a buscar los cables que debía cortar. No era la primera vez que lo hacía, y estaba convencido de que lo solucionaría.
A doscientos metros, el hombre que había evitado que Ismail se inmolase ya había sido maniatado con unas bridas mientras permanecía tendido en el suelo boca abajo. Un vehículo oscuro se paró a unos diez metros, de él bajaron un hombre y una mujer. El hombre vestía una camisa blanca, un traje negro a juego con la corbata y llevaba gafas de sol, igual que su acompañante femenina. Ella vestía una falda negra que le cubría las rodillas, una americana negra y una camisa blanca. El conjunto resaltaba su esbelta figura. Aunque no pudiera ver completamente su cara, le pareció una mujer atractiva. Ambos eran jóvenes, quizás rebasasen por poco los treinta años.
−Buenas tardes, capitán. Somos los agentes especiales Daniel Harel y Sofía Belmacher −le dijeron mientras le mostraban sus placas−. A partir de ahora nos hacemos cargo nosotros.
El capitán había sido informado previamente de que dos agentes del Mossad se llevarían al detenido.
−Está bien, todo suyo –dijo Yosef Levi.
Si no hacemos nada todo seguirá igual. Si quieres quieres que las cosas cambien, tienes que cambiarlas tú.

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